Crónica infierno en la oruga
Ellos nunca se imaginaron que aquel viernes en su visita al centro de la ciudad se iba a convertir en un verdadero infierno. Era un viernes común y corriente, los pasajeros de la estación de transferencia tomaban los camiones para ir a sus destinos. La gente iba apenas a sus trabajos y otro rumbo a sus casas.
Eran las 3 p.m y en la fila de la línea 2 ya había gente formada, en fila doble, esperando el momento en que llegara la oruga para poder tomar asiento y hacer más ameno su trayecto. Así fue, las señoras son las que siempre ganan lugar, después los niños y por último los hombre. Aunque no siempre ha sido así, “nunca falta el gandaya que se aperra lugar”, comenta Doña Lupe a su acompañante.
Por fin la oruga está completamente llena, todos se quieren ir ya. El calor es sofocante y para la suerte de los pasajeros la oruga decide esperar a que se llene más de gente. Por fin decide empezar el camino, las personas van molestas porque a la gran mayoría les viene dando el sol en la cara. En la parte delantera hay muchas mujeres apenadas, ofendidas y enojadas debido a que ya se escuchan las conversaciones de las señoras diciendo “es que el viejo de allá ya me manoseó”.
En la parte central es lo peor, debido al sofocante calor, es inevitable la sudoración en los pasajeros. Esto se vuelve molesto porque los nuevos pasajeros que van subiendo a la oruga por lo general vienen acalorados, y al entrar aquí es verdaderamente molesto, apestoso y desagradable.
En la parte trasera la gente que va sentada va con la cabeza en la ventana, literal, el calor es insoportable. “Lo único que quieres es bajarte y tomarte un refresco bien frío”, decían unos jóvenes que venían platicando.
Lo peor no es el desagradable olor a sudor que se siente en la oruga, el verdadero infierno comienza cuando están los semáforos en rojo y no queda de otra que soportar los rayos del sol, sentir como te hacen sudar más y en verdad quisieras estar en cualquier lugar, menos en ese lugar lleno de gente acalorada y abochornada por el calor.
El fin de este infierno pareciera que acabará cuando estás a punto de llegar a tu destino, pero ¡no! Aquí no termina, porque si pensaste que por ir sentado no te vas a salir limpio, literal, estabas muy equivocado. Un pasajero que iba sentado al momento de llegar a su destino se para para poder salir de la oruga, pero se lleva un pequeñito regalo que le regalaron un par de señoras que iban de espalda a espalda, él atravesó entre ellas sin pensar que saldría embarrado de sudor femenino nada agradable. Con cara de asco y repulsión sale de la oruga totalmente fastidiado y con ganas de no volver a subirse a este nefasto medio de transporte que tenemos en la ciudad.